El monoteísmo judío implica más que la creencia en un solo D-s. No se trata de que sean uno, dos, tres o muchos. Se trata de retirar a D-s de la naturaleza y colocarlo fuera de ella. Las religiones nórdicas creían firmemente que, cuando el sol desaparecía durante el solsticio de invierno, eran sus rituales los que lograban revertir la situación. El verano era el triunfo de la voluntad humana sobre la divina.
Un conmovedor midrash describe a Adán en su primer día de vida. El primer ser humano fue creado en la tarde del sexto día de la Creación. ¿Cuál es su primera experiencia? La noche. El sol comienza a descender y se oculta tras el horizonte, la realidad se sume en la oscuridad y todo desaparece. La primera reacción de Adán es culparse a sí mismo: “D-s me está castigando por mis pecados”. Adán hace lo que surge de su corazón: reza, pide perdón, suplica a D-s que el sol vuelva a brillar, que la luz regrese a su vida. Reza toda la noche, hasta que, finalmente, el sol vuelve a aparecer en el horizonte. Leyendo el midrash, esperaríamos que Adán exclamara algo así como: “¡Gracias, D-s mío, por cambiar Tu decreto en respuesta a mis plegarias!”. Pero eso significaría que el ser humano tiene poder sobre D-s. El Midrash pone la siguiente exclamación en boca de Adán: “Ahora entiendo, así es como funciona la naturaleza”. El mensaje central del monoteísmo es que el poder pertenece a D-s, no al ser humano.
Lo notable de este midrash es que da la sensación de haber sido escrito por agnósticos o por ateos. Pero lo escriben nuestros rabinos, gente creyente. ¿Qué quisieron decirnos? Aceptar que amaneció porque así es la naturaleza, ¿no es quitar a D-s del escenario? ¿Si D-s es idéntico a la naturaleza, para qué lo queremos? Robert G. Edwards, el premio Nobel de Medicina creador de la fertilización in vitro, dijo: “Yo quería saber si era D-s o los científicos los que estábamos a cargo. Éramos nosotros”. ¡Perfectamente, él podría haber escrito este midrash!
Algunos definen a D-s como un ser sobrenatural que realiza actos sobrenaturales. Creo que eso es disminuir a D-s, pues todo lo que parece sobrenatural puede, más tarde o más temprano, ser explicado racionalmente. Y, si D-s interviene para hacer que suceda lo que igual sucedería por las leyes de la física, ¿cuál es su relevancia? La tecnología complica más la situación porque, si lo que hace D-s puede ser replicado por el ser humano, la función de D-s es totalmente subsidiaria.
La fe en D-s da una dimensión especial a la experiencia vital. Como judíos religiosos, sentimos que somos parte de un plan que trasciende nuestra vida. Sentimos que, cumpliendo mitzvot, estamos haciendo lo que intuimos que D-s quiere de nosotros. Y una hermosa definición de felicidad es la sensación de saber que estamos haciendo lo correcto, en el momento correcto, con las personas correctas.
Cuando cumplimos las mitzvot, ¿por qué lo hacemos? Algunos lo hacen para que D-s los cuide, les conceda todo lo que necesitan. Si D-s no concede los pedidos es, o bien porque pedimos poco, o bien porque pedimos mal (la película “Ushpizín” muestra este planteo teológico con mucha claridad). Muchos judíos no estamos de acuerdo. Sabemos que D-s tiene razones que nuestra razón no comprende. Sabemos que D-s no es nuestro secretario, ni nuestro empleado. Pedimos a D-s sabiendo que D-s siempre escucha nuestras plegarias, pero a veces responde que no. Por eso, más que pedir, preferimos agradecer. Y sentimos que nuestro cumplimiento de mitzvot es un canal para ese agradecimiento.
Si no rezamos, ni cumplimos mitzvot para que D-s sea bueno con nosotros, ¿para qué, entonces? Personalmente, cumplo mitzvot porque es lo que, intuyo, D-s quiere de mí. Porque me une a otros judíos de diferentes latitudes que, con todas las diferencias culturales, de estilo o de matices, intentan vivir de la misma manera. Porque me une a los judíos de todas las épocas con los que puedo tener un sentimiento de pertenencia histórica. Y porque todo eso me permite hacerme parte de una cadena con la cual, en el tiempo y en el espacio, compartimos la intención común de dejar una huella tras nuestro paso. La vida humana es demasiado efímera, demasiado intrascendente, como para vivirla en soledad. La sensación de trascendencia es lo único que puede aliviar la angustia existencial. Sin esa sensación de ser relevantes nos invade la irrelevancia, que, hoy más que nunca, es la mayor amenaza para la humanidad.
El salmo 147 describe a D-s como “harofé lishburei leb”, el que sana las trizaduras del corazón, el que sana los corazones desgarrados. Si D-s no evita que se desgarre tu corazón, sí te ayuda a sanarlo. Más allá de todos los problemas que podemos tener, y que son muchos, es la sensación de irrelevancia lo que, universalmente, más desgarra nuestro corazón y lo que D-s puede remediar. Una vida judía puede ayudarnos a que nuestro corazón no se desgarre o a repararlo si eso ya ha ocurrido.
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